
Identificar a la producción cinematográfica en un primer momento como arte es lo más propicio ante la imposible categorización de industria, puesto que tal encasillamiento es aún imposible no solo en Manabí –que además de ser una provincia joven en cuanto a la producción cinéfila aún no entra a formar parte de un sector productivo en su totalidad en esta área- si no en todo Ecuador, donde la industria enmarcada en el cine es solo una fantasía.
El cine y toda la producción cinematográfica emprendida en Ecuador hasta ahora ha respondido a una demanda de arte visual de muchas personas; nadie de todos los arriesgados (porque para hacer cine en Ecuador se debe correr el riesgo de endeudarse para la financiación del proyecto o aceptar la frustración de algo interminable) no han podido llegar más allá de la categorización de hacer arte, porque la industria en sí en el país todavía no existe.
Tal y como lo dice la periodista y analista de productos visuales Nela Escala: “Es difícil referirse a la industria cinematográfica latinoamericana, cuando de los 21 países de habla española y portuguesa existen a lo mucho cuatro donde funciona realmente una industria de este tipo, gracias a políticas y leyes de fomento de la cinematografía nacional. Tal es el caso de Argentina, Brasil, Cuba y México, que a lo largo de los años han desarrollado y consolidado una industria con repercusión en el exterior” (Cine latinoamericano en el mercado español, Chasqui # 93, Pág. 54).
Como se aprecia el escrito de Escala nos acerca a una realidad desfavorable para países como Ecuador, donde el producir cine es toda una empresa de importantes recursos. Teniendo en contra que aún en el país no se cuenta con una Ley de Cine que avale y apoye económicamente la producción cinematográfica, volviendo a este campo cultural y comunicacional selecto a personas poseedoras de recursos para sostener sus proyectos fílmicos desde la preproducción, producción y postproducción.
Al igual que Escala, el cineasta ecuatoriano Sebastián Cordero, conciente de la realidad cinematográfica del país, no duda en decir que: “Producir cine en Ecuador es casi un milagro. Con un promedio de un largometraje cada tres años, hablar de una industria cinematográfica ecuatoriana es algo aún muy lejano. No existe ningún tipo de ayuda gubernamental para la producción...” (, Ecuador y América Latina ¿es un cine escaso y de mala calidad?, Chasqui # 69, Pág. 19). Y lo dicho por Cordero es fácil de confirmar pues los múltiples testimonios de cineastas que han dejado en espera a sus películas es el claro síntoma y reflejo de la falta de apoyo a este arte. Asimismo el conocido y reconocido cineasta ecuatoriano Camilo Luzuriaga confiesa haber quedado endeudado para que su película Entre Marx y una mujer desnuda fuera terminada y no simplemente hubiese quedado en una idea de guión que el olvido sepultaría. Así como Luzuriaga los testimonios sobran, ya que en Ecuador aún no existe una política cultural capaz de apoyar económicamente el arte en sus distintas disciplinas, menos el cine que es el más caro de financiar. Y es que en palabras de Luzuriaga: hacer cine no es un negocio en el Ecuador. Porque además de la terminación de una película se debe realizar una intensa campaña publicitaria para que el filme logre ser un producto consumible y en lo posible rentable capaz de recuperar los costos de inversión, algo que en la práctica real es casi imposible.
(Este escrito es parte del contenido de mi tesis de grado que estoy desarrollando)
En la foto el guionista Franklin Briones y el actor Carlos Valencia.
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