Las dos caras de Guayaquil

Hace poco acompañé a un amigo a hacer la presentación de su libro a Guayaquil. Llegué con miedo de ser asaltada o asesinada, se ha dicho tanto de esa ciudad que el solo pensar en su violencia me aterraba, para bien mío -y de mi acompañante- no tuve ningún percance. Fui una turista que disfrutó de las confusas calles, del enloquecedor medio día donde autos y personas intentan atropellar a cualquiera que se ponga enfrente.
De regreso, en el carro, pensaba en esas dos caras que tiene la ciudad, en como los noticiarios televisivos muestran al televidente una cara triste donde la miseria abunda y el crimen resulta ser un efecto de todo ese caos; pero esa cara jamás vi. La cara que conocí fue la que se ofrece al turista, la de regeneraciones de parques y cerros, de casitas coloridas que hacen más agradable la observación de los visitantes. No quise romper el momento casi mágico que se me ofrecía al recorrer el Malecón 2000, al ver el acuario de peces coloridos, o esa paz con olor a brisa marina que se respira frente al manso río Guayas.
Guayaquil y sus dos caras, aunque me sentí parte de una farsa donde lo hermoso y casi perfecto era lo único de ver, sabía que lo que contemplaba era la parte maquillada de una ciudad llena de miseria a sus alrededores, gobernada por ricachones que intentan mediante pintura de colores fuertes y sonrisas, hacer de todo una mentira a largo plazo.