
Muchos (familiares, compañeros de clase, amigos, vecinos, etc.) me siguen preguntando ¿por qué elegí estudiar periodismo?, pues la verdad hasta ahora no encuentro una respuesta para ello. Conozco a algunos que se han entregado a esta carrera, otros que pretenden hacerlo una vez que tengan el título bajo el brazo; soy realista: no me gusta el periodismo. Hubiese elegido una carrera que me abriera las puertas a un empleo donde la remuneración no sea una miseria; ¿por qué entonces no habré elegido estudiar para secretaria, ah? Ellas nos sufren, por lo menos no conozco a una que se queje de sus oficios.
Una secretaria se la pasa a vaca y gana bien. Se cuida, es una niña mimada (sobre todo si la figurita la acompaña) por el jefe y compañeros de trabajo, no entrega oficios solo los redacta y no necesariamente debe saber escribir -¡es secretaria pues qué les pasa!-; es la mano derecha del jefe y dá órdenes, contesta las llamadas y recibe oficios (si es que está de buen humor inmediatamente, sino a esperar). Puede invitar amigas a la oficina y charlar en los ratos libres (o sea siempre), chatear en el messenger si es que el considerado del jefecito le puso Internet, llamar a su gordo (novio, marinovio o esposo) y desde luego limarse las uñas, porque es parte de la estética laboral.
Una secretaria es el modelo perfecto para quienes pretenden todo ligero, fácil, ya listito. No recuerdo haberme encontrado con una de ellas que anteponga sus necesidades personales por las colectivas, porque siempre estará el almuerzo o el baño entre las prioridades (¡la estética, por Dios, la estética!).
Puedo distinguir dos clases de secretarías: las que recién empiezan el recorrido y las que van por la mitad del camino. Las primeras siempre sonríen, susurran al teléfono, intentan complacer en todo al jefecito (laboralmente, cuidado se piensa mal), si están detrás de una ventanilla o escritorio sus palabras son alentadoras, trasmiten confianza dando hasta ganas de volver donde ellas; las segundas son aquellas que de tanto estar sentadas en el mismo lugar por años y años, de repetir las mismas acciones, palabras y excusas, han perdido el encanto por lo que hacen, por eso están serias, amargadas, apurando al reloj de su muñeca o de la pared para que las libre de la tortura diaria, a ellas les tememos y evitamos.
Pero a pesar de todo quisiera ser secretaria. Usar unas hermosas medias pantis, tener las uñas de rojo y brillantes, estar fresquita de tanto aire acondicionado, y saber que sin falta me espera al final del mes una hermosa cantidad en mi cuenta del banco. La vida es tan sencilla cuando se tiene privilegios.